Lecciones de pequeños gigantes
Los modelos de competitividad no son exclusivos de las grandes compañías. Hay mucho por aprender de los emprendedores locales. Caso La Estación.
Al involucrarnos en procesos vividos por emprendedores, resulta atractivo reconocer aquellos que se han apalancado en capacidades propias, que capitalizan los recursos disponibles y transforman su entorno. Es el caso de La Estación, una panadería de carácter global ubicada en Cajicá, cuya evolución, filosofía y modelo de negocio vale la pena destacar.
Son personalidades como la de Víctor Manuel Chaves Laiton, su dueño y fundador, las que modifican las condiciones a su alrededor y desarrollan territorios, como sucede con este municipio de Cundinamarca, que gracias a iniciativas particulares está jalonando el turismo regional.
Víctor Manuel creció en medio de una familia numerosa (once hermanos) liderada por su padre, un ganadero y agricultor cajiqueño, de quien heredó la humildad y el gusto por el trabajo. Tan solo tenía 8 años de edad, cuando se enfiló como caddie en un prestigioso club de Bogotá; en ese momento, solo deseaba tener más recursos para comprar las onces del colegio. Sin embargo, trabajó allí hasta los 26 años, cuando fue convocado para trabajar en una importante cadena de supermercados, estando culminando sus estudios de panadería en el Sena.
En dicha cadena no solo forjó su carrera como panadero, sino que llegó a ser jefe administrativo de una sede en Bogotá. En 1999 renunció y fue con los $3´000.000 de su liquidación que ese año le dio vida a La Estación, en alianza con sus hermanos menores. Pero antes de abrir oficialmente al público, decidió formarse, junto con uno de ellos, en un programa de la Fundación Compartir para microempresarios, donde aprendieron de contabilidad, producción y manejo de inventarios.
No obstante, como emprender es una carrera de resistencia, cada uno de sus hermanos fue saliendo del negocio y hoy es el único dueño. Igual sucedió con la casa colonial, sede de la panadería, que fue el lugar donde todos crecieron y vivieron hasta hace algunos años.
Dicha casa fue parte de la herencia que les dejó su padre antes de morir y, sin proponérselo, sus hermanos fueron ofreciéndole sus respectivas partes. Víctor, con el crecimiento de su negocio, más el dinero de un terreno también heredado que vendió a una constructora, pudo efectuar la compra.
Si bien la panadería empezó en un pequeño espacio de esa imponente estructura, hoy se ha tomado la casa por completo, convirtiéndose en uno de los grandes atractivos del lugar.
Ahora, apoyado en aquella estrategia sugerida de viajar y aprender de conceptos de otros entornos, hace un par de años este emprendedor decidió viajar a Europa, aprovechando que su hijo mayor estaba de intercambio en Hungría.
Allí recorrió varios países y lugares, pero hubo uno en particular que lo marcó: una panadería de un alemán en Budapest, donde conoció nuevos procesos, como el de la maduración excelsa del pan.
Todo ese conocimiento, sumado a sus extensas jornadas de lectura, lo ha aplicado a sus productos, que cada día gozan de más reconocimiento por su calidad, innovación y buenos precios.
Fue en Europa también donde reconoció el tesoro que tenía en Colombia. Entendió el valor de los espacios con diseño e historia, por lo cual pudo apreciar más la belleza y potencial de su casa paterna, ahora de su propiedad, y decidió empezar su restauración.
¿Pero cuál ha sido la clave para el crecimiento y consolidación de La Estación? Una extraordinaria capacidad de escuchar al cliente y conocer a fondo los detalles y sutilezas involucradas en su cadena de valor. Su acción estratégica se desarrolla en cinco fases: escuchar, leer, experimentar, probar y evaluar, que le han permitido pasar de la creatividad a la innovación; de simples ideas a desarrollos innovadores.
Así mismo, Víctor ha capitalizado el aprendizaje que ha logrado capturar en cada etapa; conecta información y variables fácilmente, y tal vez por eso jocosamente relaciona su vida con la película Slumdog Millionaire: “El protagonista, en apariencia, no tenía el conocimiento, pero la vida le había enseñado todo. A mí me pasa lo mismo”.
Por otro lado, su diferencial táctico se enmarca en la forma de operar en el día a día. Sus 22 colaboradores, a quienes no llama operarios sino gerentes, tienen claro que para hacer el mejor pan se requiere: tiempo, paciencia, amor y profesionalismo. Solo así garantiza una buena posventa, aquella que genera el cliente satisfecho con el voz a voz positivo y que lo aleja de las panaderías tradicionales que toman un bulto de harina, lo mojan y de ahí sacan todos los productos en tiempo récord.
A Víctor no lo trasnocha el crecimiento. Si bien podría abrir nuevas sedes, no desea perder su esencia ni su foco. En un año espera abrir al público la parte de la casa que está adecuando para tal fin, con jardín incluido, de tal forma que los comensales puedan disfrutar de los productos de panadería en un espacio único. Eso sí, con la posibilidad de que él siga dando la cara y pueda ver a sus clientes satisfechos.
Además, es consciente de que debe seguir en el proceso de consolidación de Cajicá como destino turístico, junto con otros empresarios de la zona. Más allá de actitudes estáticas o de reclamo, son las personas las gestoras de cambio de los contextos urbanos. La Estación es, sin duda, un punto de llegada, pero también un referente y un punto de partida para la transformación.
Escrita por Germán A. Mejía A., Director General de bmLab Latam. Publicada en el diario Portafolio el 31 de mayo de 2016. Sección Estudio de Caso.